El presidente Javier Milei anunció por cadena nacional que el cepo cambiario, implementado en 2019, llegará a su fin en 2025, marcando uno de los objetivos centrales de su gestión. Sin embargo, detrás de la declaración se encuentra una compleja estrategia del ministro de Economía, Luis Caputo, que busca recomponer las reservas netas del Banco Central (BCRA), que actualmente permanecen en terreno negativo. Según diversas consultoras, este indicador es el principal escollo para concretar la liberalización cambiaria.

A pesar de una racha compradora sostenida por el BCRA, las reservas netas todavía arrojan cifras alarmantes. Según Portfolio Personal de Inversiones (PPI), el saldo neto es negativo en 9.000 millones de dólares, considerando todos los pasivos. Por su parte, la consultora LCG estima un déficit de 7.700 millones, afectado por vencimientos de bonos y otras obligaciones. En tanto, bajo la metodología del Fondo Monetario Internacional (FMI), el déficit se reduce a 5.179 millones, pero aún refleja la fragilidad de las cuentas externas.

Desde septiembre, el BCRA acumuló compras por más de 4.300 millones de dólares, gracias al ingreso de divisas por el blanqueo de capitales. Sin embargo, el incremento de reservas brutas no ha logrado revertir el saldo negativo neto, que sigue siendo un obstáculo clave para eliminar las restricciones cambiarias.

El plan económico y el rol del FMI

El ministro Caputo reforzó en diversas declaraciones que la relajación de los controles cambiarios se dará recién en 2025, una vez que las reservas netas sean positivas. Según Caputo, esto requerirá de un nuevo programa con el FMI que incluya financiamiento adicional o acuerdos con inversores privados. La meta es garantizar la capacidad del BCRA para enfrentar la demanda reprimida de dólares, acumulada por giros de utilidades y dividendos bloqueados desde hace años.

Fernando Baer, economista de Quantum Finanzas, recordó que cualquier acuerdo con el FMI demanda acumulación de reservas netas como un indicador de estabilidad macroeconómica. Esto no solo refuerza la capacidad de pago de la deuda externa, sino que también genera confianza en el mercado sobre la viabilidad de las políticas económicas adoptadas.