El impacto de la adicción a las pantallas se manifiesta de manera alarmante entre adolescentes de todo el mundo. Las redes sociales, el contenido en línea y los videojuegos no solo capturan su atención, sino que también reconfiguran hábitos, relaciones y hasta la percepción que los jóvenes tienen de sí mismos. Este fenómeno, conocido como «pantallismo», se refiere a la adicción a las pantallas de dispositivos digitales, caracterizado por el uso excesivo de redes sociales y videojuegos en línea. Este comportamiento, impulsivo y prolongado, perjudica su salud física y mental, así como sus relaciones familiares, sociales y académicas.

En junio de este año, el Cirujano General de Estados Unidos, Dr. Vivek Murthy, propuso colocar etiquetas de advertencia en las plataformas de redes sociales, alertando sobre su asociación con daños en la salud mental de los adolescentes. En un ensayo publicado en el New York Times, Murthy declaró: “La crisis de salud mental entre los jóvenes es una emergencia, y las redes sociales se han convertido en un importante contribuyente”. El doctor alertó sobre las consecuencias del pantallismo, afirmando que “los adolescentes que pasan más de tres horas al día en las redes sociales se enfrentan al doble de riesgo de síntomas de ansiedad y depresión. Además, casi la mitad de los adolescentes dicen que las redes sociales los hacen sentir peor con sus cuerpos”.

Cuál es el efecto de las pantallas en el cerebro

La profesora Rosario J. Marrero Quevedo, especialista en Psicología, lideró un estudio de meta-análisis que revisó 21 investigaciones sobre los efectos de la adicción a internet y al teléfono móvil en el control cognitivo. Marrero Quevedo señaló que la investigación “encontró un deterioro en el procesamiento de la recompensa, específicamente en áreas cerebrales como el córtex cingulado anterior, la ínsula y la amígdala. La amígdala es el principal centro de control emocional, y sus conexiones no solo producen una respuesta emocional, sino que también intervienen en la inhibición cognitiva. Además, la ínsula permite la integración de la emoción y la cognición, por lo que las anomalías en esta región pueden provocar un deterioro de la autoconciencia y de la regulación de las emociones”.

Marrero Quevedo explicó que en adolescentes con adicción a internet se ha encontrado una mayor sensibilidad ante las opciones de ganar, mientras que disminuye la sensibilidad a la pérdida, lo que lleva a abusar de los dispositivos tecnológicos a pesar de las consecuencias negativas. Este uso excesivo genera problemas atencionales y emocionales, incluyendo baja tolerancia a la frustración, déficit en la capacidad atencional, escasa disciplina y deterioro en habilidades como la caligrafía, ortografía y comprensión de textos.

Las áreas cerebrales afectadas, como el córtex cingulado anterior, la ínsula y la amígdala, son fundamentales para la integración emoción-cognición y el control emocional. Estas alteraciones generan una mayor sensibilidad a las recompensas, disminuyendo la percepción de las pérdidas y fomentando un uso compulsivo de los dispositivos a pesar de las consecuencias negativas. Además, las funciones ejecutivas, asociadas a regiones como la corteza dorsolateral prefrontal y los lóbulos frontal y parietal, se ven comprometidas, dificultando el control atencional y la regulación emocional, elementos esenciales para una conducta adaptativa.

El equilibrio entre vida online y offline

Gabriel Ianni, presidente y docente de la Asociación de Escuela de Clínica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes de Madrid, señaló que “todos conocemos los indiscutibles aportes de las nuevas tecnologías en todos los ámbitos; sin duda, el ámbito educativo ha sido uno de los más beneficiados. En los últimos años hemos asistido a cambios extraordinarios y muy rápidos. He sido el primer Psicoanalista de mi entorno en incorporar una tableta en la caja de juegos a disposición de niños y adolescentes en mi consulta, allá por el año 2013, y realmente, si sabemos gestionarla, se convierte en una herramienta muy útil para potenciar la exploración del mundo interno del paciente”.

Sin embargo, Ianni planteó que numerosos estudios han demostrado que el uso prolongado de dispositivos electrónicos en la infancia y en la adolescencia, mientras el cerebro aún se está desarrollando, “tiene un impacto directo en el desarrollo cognitivo, emocional y social del individuo, dando lugar a dificultades para concentrarse y prestar atención, dificultades en el aprendizaje, y dificultades en el control de los impulsos, así como una mayor predisposición a sufrir problemas de irritabilidad, ansiedad y depresión”.