A partir de la nota realizada por esta redacción, nos contactó una madre que denunció al profesor de Educación Física del Juvenil Instituto Moderno (JIM) por abuso sexual.

El hecho ocurrió hace siete años, la causa se catalogó como abuso sexual simple pero para la familia no fue simple en absoluto. Tomó siete años conseguir justicia, el acusado recibió su condena en mayo de este año.

El calvario comenzó cuando la mamá, quien prefiere no ser nombrada en esta nota, empezó a notar comportamientos extraños en su hijo. Consultó con una amiga psicóloga y ésta le recomendó que indagara con cuidado sobre qué podría haber pasado.

Su hijo acababa de empezar jardín en el JIM y pensó que un espacio nuevo podría desencadenar algunos comportamientos diferentes, pero no se quedó con ello. Con cariño empezó a charlar con él para poder identificar el problema y fue cuando el niño le confesó que el profesor le daba besos, no en el cachete, sino en la boca.

A raíz de ello la madre fue a hablar con las autoridades. Hasta ahí, ninguno de los padres del niño estaba anoticiado de que había un docente varón asignado a Jardín. En la reunión, la directora Claudia Pacios, le dijo que «aquí los chicos jamás se quedan solos, siempre están acompañados por una maestra. Es imposible que a su nene le haya pasado algo”.

Lejos de tranquilizarse con la repuesta, solicitó hablar con el profesor acusado. Solicitud que fue negada por la institución ya que «el abogado le recomendó no hablar». Unos días después, se dio la reunión con el representante legal del colegio, los padres del niño damnificado y maestras jardineras.

El acusado, y ahora condenado a tres años de prisión, Fausto Marcelo Soraire, la miró a los ojos y le dijo: «La entiendo, yo sé lo que es sufrir por un hijo». Pero la reunión no era suficiente para la madre, Soraire no había podido esclarecer qué fue lo que había pasado.

No es un dato menor la postura del Instituto frente a las acusaciones. Me amenazaron, señaló la madre: “Si vos hacés la denuncia y la cámara Gesell sale a nuestro favor, te quito hasta la bombacha que tenés puesta hoy. Decime el color de tu bombacha porque la voy a querer“, aseguró la mamá sobre las palabras textuales de la dueña.

Fueron siete años de transitar el proceso. Una madre desesperada por alivianar el sufrimiento de su hijo y por conseguir justicia en su nombre. «Yo grité donde pude, recibí todas las piedras, quedé sola», afirma rememorando lo sucedido. Como si todo lo que pasó fuese poco, la madre y su abogada descubrieron que el establecimiento sobornó a jueces para que se desestime el caso. «Es gente con mucho poder», señala.

Por último, hace un contundente pedido: «No quiero que los padres se dejen amedrentar, que sigan investigando. El colegio hace de todo para que nadie sepa, averigüe o investigue».